Mientras escribo este editorial, la COP27 está llegando a su fin en la ciudad turística de Sharm-el-Sheikh. Allí, los Estados tenían que elaborar un programa de aplicación para salvar un planeta en peligro. Las asimetrías del poder mundial están en juego. Las naciones más pobres sufrirán las consecuencias del cambio climático causado en gran parte por la contaminación de las naciones más ricas. La compensación por daños y pérdidas causados por el cambio climático no es una cuestión de caridad, sino de justicia climática. Asimismo, acabar con la pobreza no es una cuestión de caridad, sino de justicia social. Los sistemas políticos y económicos actuales son instrumentos de control en manos de los países más poderosos, empresas multinacionales y los más ricos de nuestra sociedad. Estos sistemas disfuncionales y poco éticos anteponen los beneficios de las empresas al bienestar de las personas y del planeta, priorizando las ganancias a corto plazo sobre las consecuencias a largo plazo.
La pobreza no es culpa de las personas que la padecen. Es el resultado de decisiones políticas deliberadas que privan de derechos, explotan y empobrecen aún más a las personas que ya son pobres. ¿Cómo se explica la espiral de desigualdad, el aumento sin precedentes del poder de las empresas y de la riqueza de los multimillonarios, al mismo tiempo que la erosión de los derechos de los trabajadores y la pérdida de puestos de trabajo? En un mundo que despilfarra y produce en exceso alimentos, ¿por qué millones de personas pasan hambre? ¿Por qué siempre que hay una crisis (COVID, climática, de conflictos), los más pobres son los más afectados? Ante la crisis del coste de la vida, ¿por qué los gobiernos introducen medidas de austeridad que tratan de disciplinar a los pobres y protegen a los ricos?
Pero no todo es pesimismo. Actuando juntos podemos tomar opciones diferentes y provocar el cambio. Joseph Wresinski eligió conscientemente estar al lado de los que viven en situación de pobreza. Decidió conscientemente colocar la primera Placa Conmemorativa en el lugar mismo donde se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Al pasar de la caridad a los derechos, al reconocer a las personas que viven en la pobreza como seres humanos cuyos derechos fundamentales han sido violados, pasamos de una posición de debilidad a una posición de fortalecimiento, de la impotencia al empoderamiento.
El 17 de octubre, Día Mundial para la Erradicación de la extrema pobreza, es una expresión de este avance. Lo que van a leer en esta carta pone de manifiesto cómo, en este día, hemos roto el silencio de la pobreza y cómo las personas que soportan las circunstancias más difíciles son ahora vistas y escuchadas. Podemos mirar hacia atrás con orgullo las últimas tres décadas. De cara al futuro, debemos tener presente cada día el significado y el espíritu del 17 de octubre. Debemos ampliar los espacios políticos, sociales y económicos de los más pobres de nuestra sociedad, así como los espacios intelectuales y culturales. Para acabar con la pobreza, tenemos que transformar las relaciones de poder: reconocer el poder que tenemos en nuestras manos, cabeza y corazón. Nuestra experiencia del 17 de octubre hace que lo imposible se nos revele posible.
Aye Aye Win,
Presidenta del Comité Internacional 17 de Octubre