Caroline y Annie, dos mujeres jóvenes, las dos madres, la una de tres hijos, la otra de cuatro, volvían a casa después de haber ido a buscar el “pan dormido” como dicen en Costa de Marfil. Así llaman al pan que los panaderos no han logrado vender durante el día y que les dan al día siguiente. Ellas lo revenden a precio muy bajo en el barrio pobre en el que viven. Un barrio en el que están alineadas, sin la distancia que permitiría un poco de intimidad, las casitas hechas con planchas de madera, unas al lado de otras.

El día de nuestro encuentro no habían conseguido pan. Volvían a casa, cada una con su bebé en la espalda, para encontrarse con sus otros hijos. Justo delante de mi casa se atrevieron a hablarme “¿no tienes trabajo que darnos?”

Cuando Caroline me dijo su nombre, el mismo que el mío, sentí una llamada especial. “No tengo trabajo, pero te puedo ofrecer mi amistad. Acabo de llegar aquí, no conozco nada. Tú estás en tu país, puedes enseñarme muchísimas cosas”. Nos dimos cita varias veces y me ayudó a descubrir el barrio: las fábricas de attieke, sémola de mandioca, base de la alimentación marfileña, el mercado, el basurero, el lugar donde se ahúma el pescado… Me abrió los ojos a tantas cosas que como extranjera yo no era capaz de ver.

Hasta que un día “mira, aquí está mi casa, entremos”. Nuestra amistad se fue construyendo así, lentamente, día tras día.

Poco a poco empecé a hablarles de mi compromiso, y les conté mi sueño de organizar un grupo de niñas y niños Tapori,niñas y niños solidarios, que se dan fuerzas mutuamente para aprender juntos, que a través de actividades artísticas y culturales van tejiendo una amistad, y contribuyen, a su manera, a cambiar el mundo, a cambiar la mirada que se tiene de la miseria… Al principio me transmitían al mismo tiempo su entusiasmo y su nerviosismo de lanzarse en este proyecto en ese momento en el que buscaban trabajo. Y tiempo después vinieron a verme, habían encontrado un terreno donde hay sitio de sobra, hay sombra, en el centro del barrio donde venden el pan, así que conocen a muchas familias.

¿No es injusto que les pida hacer un trabajo gratuito, estando ellas así, sin nada? Si les pido ayuda es porque juntas podemos hacer algo, y yo sin embargo, sin ellas, no puedo hacer nada.

Entonces fue cuando Annie me dijo “Es verdad que no tenemos nada, estamos necesitadas, pero podemos transmitir algo”. Todo esto me maravilla. Cuando Caroline me explica cómo está atenta a las mujeres que lo pasan peor que ella, guardándoles un pan gratuito. Soy testigo de lo difícil que es su día a día, sus desafíos, sus luchas. También de su esperanza por un futuro mejor, de la fe extraordinaria que les sostiene.

Caroline Blanchard, Costa de Marfil